Los tres señores bajan del carruaje, y tienen ante sí el mayor monumento que pudieran ver.
El teatro sólo se describe con una palabra: grandioso. Don Alejandro no sale de su asombro.
ALEJANDRO: Nunca había visto el teatro con estos ojos. Eso me dice que algo bueno me espera ¿no creen, señores? (ríe despreocupadamente).
LEONARDO: Oh, don Alejandro, no va mal desesencaminado. En efecto, hoy se hará tuyo el teatro, y eso es maravilloso. Mirad, por ahí viene el señor Garcián.
El señor Garcián entra en escena pausadamente. Tiene una expresión amable, y el bigote juguetón que se acicala, indica una máxima concentración.
Viste una de sus mejores galas.
RODOLFO GARCIÁN: Señores, es un palcer para mí recibiros. Será mejor que pasemos a mi despacho. Haremos los trámites más tranquilamente.
Todos, y para el asombro de Alejandro, entran en el despacho.
Es elegante, provistos todos los muebles de madera de caoba.
En el centro, una amplia mesa perfectamente ordenada.
ALEJANDRO: Por favor, señores, no me hagan creer que me ceden la dirección del teatro. Es patético.
RODOLFO GARCIÁN: Alejandro, no sea sarcástico. Según su padre, usted estaba al tanto de la negociación. Como ya sabe ha llegado la hora de jubilarme, y usted es la persona más indicada para llevar este aunténtico museo. Me espera un coche para mañana y no me gustaría retrasarme. Esto ya se ha hablado. (Rodolfo sube el tono, mientras mira estrepitosamente a Adón).
ALEJANDRO: No, señor, me temo que se equivoca. Mi padre me ha ocultado esto y me ha tenido en ascuas hasta el día de hoy. Lo siento, pero no quiero el teatro. Tengo muchas empresas que realizar aún, y no me gusta encasillarme. Además, Adón sabe que tengo planeado un viaje para el próximo mes y que no puedo posponerlo.
ADÓN: Bueno, señores, al parecer me ha salido mal la jugada. Creí, hijo mío, que te haría infinita ilusión dirigir el teatro y cuando el señor Garcián me propuso la idea, no pude sino aceptar. No puedes decepcionarme ahora.
ALEJANDRO: Se acabó, señores, me marcho. Esto es increíble. Disculpenme, pero tengo mejores cosas que...
RODOLFO GARCIÁN: ¿Y ni siquiera pregunta la cantidad de dinero que podrá manejar? Eso es lo primero que hice yo, y tras largos años de justa administración, me espera una vejez en la mejor sociedad.
LEONARDO (a Alejandro): Todo es negociable, claro está. Ya sabe que se pueden mover unos hilos...
ALEJANDRO (saltó en cólera): ¡Esto es inaudito! No me hace falta más dinero, pero desde luego, lo administraré mejor que usted. Sabe lo que le digo, señor Garcián, acepto. Y acepto por el propio teatro, porque necesita muchos cambios, y el primero, el director. Ya es hora de que alguien que sabe, maneje esto.
ADÓN: Oh, por favor, discúlpenle, está visiblemente excitado. Lo que ha querido decir es que está encantado. Mi hijo a veces es un poco impulsivo, pero es muy trabajador... Procedamos a la firma, mejor será.
Alejandro está encolerizado, la mirada se le ha vuelto de fuego.
Se saca un pluma del bolsillo y firma, altanero.
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