Siempre tengo la caja en funcionamiento


Sí, mi caja, inmensa por dentro e imperceptible por el ojo adolescente, está siempre en pleno funcionamiento. Puedo decir más, mi caja, mi pequeña ciudad de callejones, me dejaría morir si parase. Es una caja infinita, un pozo sin fondo que extrae agua del universo y la deja caer sobre la realidad. Mi existir se convierte en zozobra cuando pienso que mi pozo, que mi caja, nunca pasará sed, pues lo alimento cada día, atendiendo los cuidados permanentes que ha de atender cualquier poseedor de su caja. Las cajas necesitan muchos cuidados, pequeños y minuciosos que condicionan el trasfondo que la caja puede tener. Si desatiendes los cuidados de tu caja, pronto ésta se verá indefensa y débil ante los continuos estímulos que recibe del exterior, es decir, los objetos que pidan a la caja ser guardados en ella. Además de los cuidados vitales, las cajas requieren cierto respeto y cariño, así como admiración.
Mi caja se abre cada día, y cada día guarda un objeto en su interior que no soltará facilmente, porque es una caja sana.
Sobra decir que hay infinidad de cajas vacías, sin criterio ni opinión, que vagan con la esperanza de que su amo meta algo dentro de ellas. Son tan ignorantes que ni siquiera aprecian los inmensos e inacabables objetos que podemos guardar en las cajas, y que por lo tanto, son casi inperceptibles por el mismo universo que nos aporta las ideas.
Otras cajas, en cambio, gozan de prestigio, cada una en la materia de los objetos que contengan (incluso algunas saborean una gran variedad de objetos y que saben de todo). A esas cajas se les alimenta con el saber, dulce deleite del paladar de la caja.

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