La claridad se siente a través de la ventana, y, en el traslúz, retoza el joven, sin llegar a verse muy bien las acciones que sus delicadas manos llevan a cabo.
Con suaves golpes, entra a la habitación Doña Perfecta, y trae consigo, como de costumbre, la inmensa bandeja, de la que ha de servirse el señorito. Se desliza con sigilo.
DOÑA PERFECTA: ¿Está el señor dispuesto? Le traigo el desayuno (lo apoya en la mesa) y es mi deber recordarle que hoy tiene una gran tarea, el señor Adón está ya preparado en el vestíbulo.
ALEJANDRO: Oh, gracias, doña Perfecta. Mi estómago está ansioso por entrar en combate. ¿Qué es esa empresa que me tiene preparada mi señor padre? (cambia el tono, y ase una taza). No tenía conocimiento de ello.
DOÑA PERFECTA: No lo sé señor, pero más vale que coja usted pronto las vestiduras. Mandaré a que se las traigan.
Doña Perfecta sale, y Alejandro queda en soledad tomando el desayuno.
Llega una sirvienta portando la ropa y cruza la habitación casi volando.
Alejandro se viste y baja por las grandes escaleras barnizadas hacía poco.
ADÓN: Hijo, por todos los Santos, ¿estás preparado? Hoy se cierne sobre ti una gran responsabilidad.
ALEJANDRO: Siempre estoy preparado, padre, pero ahora mismo no recuerdo qué negocio es el de hoy.
ADÓN (sonriendo subitamente): ¡Qué bien! ¡Qué bien! Era una sorpresa, hijo, pero debemos esperar al señor Leonardo, el notario.
Entra apresuradamente don Leonardo, con un maletín de piel bien trabajada y un traje exquisito. Mira por debajo de las gafas, y al hacer una comprobación, se echa a reir despreocupadamente.
LEONARDO: Por amor de Dios, Adón, no ha cambiado en absoluto. Oh, ¿y éste atlético joven es su hijo? ¡Cómo han cambiado las cosas en tan poco tiempo!
ADÓN (abraza afectuosamente a Leonardo): Leonardo, amigo, ¡qué sano le veo! En efecto este es mi hijo, Alejandro de Gámez. Aún no sabe nada de lo del teatro, pero le repetiré hasta la saciedad que es la mejor elección que el señor Garcián haya podido hacer en su vida. Ayer mismo estuve hablando con su tutor, y para mi alegría, me mencionó a Alejandro como brillante.
LEONARDO: ¡Oh, es maravilloso! Ya lo creo, el señor Garcián estará muy tranquilo después de la mención, y no debe olvidar que él mismo eligió a su hijo. Tengo todos los papeles aquí, así que, si me hacen el favor, don Alejandro y don Adón, pongámonos rumbo al teatro.
Cruzan el vestíbulo en fila, y, en el porche adornado de rosas nuevas les espera un coche.
Los tres señores contemplan la ajetreada ciudad, mientras el coche les conduce al edicficio más maravilloso, el Teatro de Montpellier.
Se baja el telón
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